lunes, 29 de enero de 2018

La Dalia Negra #2

En busca de un culpable

Mientras The Washington Post publicaba titulares tan sensacionalistas como el siguiente: “La policía busca a un loco pervertido por la muerte de una chica”, el departamento policial de Los Angeles –LAPD– desplegaba el mayor dispositivo de búsqueda de la historia de la ciudad californiana.

Doscientos cincuenta oficiales realizaron entrevistas puerta a puerta en los alrededores del solar donde fue hallado el cadáver, pero se encontraron con un callejón sin salida. Múltiples pistas falsas, confesiones confusas y llamadas de desconocidos convirtieron el ritmo de trabajo de la comisaría de Los Angeles en frenético, pero sin llegar a ningún resultado efectivo.

En más de una ocasión los detectives creían estar tras la pista correcta, muy cerca del asesino, pero el tiempo pasaba y el horrendo crimen seguía impune. Betty Bersinger, la mujer que encontró el cadáver, dijo haber visto pasar poco después el faro de un coche que había acelerado al oír su grito, aunque no recordaba ningún detalle del automóvil, por lo que su declaración sirvió de muy poco a los detectives. La última persona en ver a Short con vida, aparte de su asesino, había sido el portero del hotel Biltmore, la noche del 10 de enero de 1947, a las diez en punto, cuando la vio alejarse por Oliver Street, vestida como lo hacía habitualmente, con un sweater y pantalones negros.

Al parecer el último que pasó un tiempo con ella fue un comerciante de 25 años llamado Robert “Red” Manley, que la recogió en San Diego y finalmente la dejó en el lobby del citado hotel Biltmore. Tras las correspondientes pesquisas, Manley fue interrogado durante horas por los detectives y sometido al polígrafo, prueba que pasó con éxito. Años después, en 1954, los agentes le inyectaron pentotal sódico, conocido popularmente como “droga de la verdad”, pero de nuevo fue absuelto de todo tipo de cargos, muriendo en 1986 rodeado todavía de la desconfianza de muchos. Manley fue durante un tiempo el principal sospechoso, pero no el único, y muchas personas afirmaron haber sido las autoras del mismo o que conocían personalmente al asesino.

Todas las pistas resultaron ser falsas. Pocos días después de hallado el cadáver, dos oficiales de policía que discutieron sobre el caso en un restaurante fueron señalados como sospechosos por uno de los camareros del lugar; un astrólogo preguntó la hora y fecha exactas del nacimiento de Elizabeth en comisaría y prometió proporcionar el nombre del asesino en pocos días… cosa que nunca hizo. Asimismo, otra persona pidió que tomasen imágenes del globo ocular derecho de la víctima, pues éste podría haber “fotografiado” al asesino, según una creencia muy extendida entonces entre los círculos supercheriles según la cual el ojo registraba la última imagen con la que había entrado en contacto, a modo de una cámara fotográfica.

Anécdotas aparte, la policía angelina realizó uno de sus mayores despliegues hasta la fecha para detener al asesino. Cientos de personas fueron consideradas sospechosas y cientos interrogadas por los agentes. Alrededor de 60 hombres y otras tantas mujeres confesaron ser los autores del crimen, quizá ávidos por obtener fama y gloria, aunque todos ellos se contradecían a la hora de declarar, demostrando que los datos que aportaban los habían leído en los periódicos. Junto a “Red” Manley, otro de los sospechosos con más posibilidades a ojos de los detectives de ser el asesino respondía al nombre de Jack Anderson Wilson, alias Arnold Wilson, un ex convicto y alcohólico que al parecer mantuvo una relación sentimental con la víctima.

Wilson fue entrevistado por el autor John Gilmore mientras éste recopilaba información para un libro sobre el caso titulado Severed: The truth story of the Black Dahlia Murder. El ex convicto al parecer estaba relacionado con otros asesinatos, como el de Georgette Bauerdorf, una acaudalado vividor que al parecer conoció a la Dalia Negra en la famosa Hollywood Canteen, sin embargo, nunca se pudo demostrar su implicación en ambos crímenes, ya que Anderson Wilson murió en circunstancias extrañas antes de ser formalmente acusado de algún cargo. Al igual que en el clásico caso de Jack el Destripador, la precisión quirúrgica con la que el asesino había seccionado el cuerpo de Beth hizo pensar a las autoridades que se trataba de un médico con años de experiencia. Según declaró el detective Harry Hansen, uno de los investigadores asignados originalmente al caso, ante el Gran Jurado del distrito de Los Angeles, estaba convencido de que el depravado asesino se trataba de un “excelente cirujano”.


La falta de pruebas, sin embargo, hizo imposible acusar del crimen a ninguno de los sospechosos. En 1996, Larry Harnisch, un editor y escritor de Los Angeles Times planteó la posibilidad de que el asesino de Short fuera el cirujano Walter Alonzo Bayley, que vivía cuando sucedieron los hechos cerca del lugar donde fue hallado el cadáver y que murió en enero de 1948 de una enfermedad mental degenerativa. Al parecer su hija había sido amiga de una de las hermanas de Elizabeth, Virginia Short, sin embargo, nunca se le pudo acusar formalmente; sin duda su imposibilidad de declarar fue una de las razones por las que fue descartado como culpable.

El caso, por tanto, sigue sin resolverse, ya hace décadas que se convirtió en la cuenta pendiente de varias generaciones de policías que, ante la aparición de nuevas pruebas, siempre pretenden reabrir el mismo. La lista de sospechosos fue tan larga como infructuosa, y en ella se incluyeron también los nombres de personajes de mayor relevancia que los citados, como el célebre Orson Welles o el gángster Bugsy Siegel, creador de Las Vegas e implicado en múltiples asesinatos a lo largo de su vida. Sin embargo, muchos de estos supuestos “sospechosos” no eran sino los protagonistas de delirantes hipótesis de periodistas y escritores varios.

Se llegó incluso a afirmar que su asesinato podría haber sido consecuencia del rodaje de una “Snuff movie”, aunque hoy día esta hipótesis es considerada poco probable. El mayor misterio en torno al asesinato de la Dalia Negra tuvo lugar cuando nueve días después del atroz suceso, alguien –probablemente el asesino–, envió a la redacción de Los Angeles Examiner un paquete impregnado con gasolina probablemente para evitar que hallaran sus huellas en el envoltorio. En su interior se encontraban algunos objetos personales de la víctima: fotografías, su certificado de nacimiento, su tarjeta de la seguridad social y su obituario. Además, alguien que decía ser el asesino utilizó letras recortadas de los periódicos que hablaban del caso para enviarle mensajes a la policía en los que afirmaba que volvería a matar.

Pero ni siquiera este desafío del asesino sirvió a uno de los departamentos de policía por aquel entonces más adelantados y modernizados del mundo para dar con el culpable. Hoy su caso permanece en la memoria colectiva de los estadounidenses, junto a otros tan célebres como el de la Familia Manson o el del Carnicero de Milkwaukee, aunque sin resolverse…

Nadie ha podido hacer justicia y devolver la integridad a una persona, la joven Elizabeth Short, que lejos de hallar en el país de las oportunidades una vía para alcanzar su sueño, encontró la muerte, tan terrible, en las calles de una ciudad de celuloide castigada por el crimen, el alcohol y la falta de expectativas de sus habitantes. No se encendieron los focos ni se levantó el telón para dar la bienvenida a Elizabeth. Su última y horripilante visión fue probablemente el resplandor de un cuchillo afilado…

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